miércoles, 23 de noviembre de 2011

Sin luz












Apagada tengo la mirada. La veo en el espejo de mi vida… que pasa tan rápido como cambia el paisaje devorado por el tren, que de sueños rotos ha sembrado el pasado, que se reinventa cada día ansiando un lugar entre tus brazos.

Verdes mis ojos buscan la puesta de sol en la miel de los tuyos, mientras el cielo tiñe de naranja las últimas nubes y la luna, enlutada su desnudez en un vestido de raso, despierta una a una a las estrellas. Pero la noche de mi amor no me da tregua y, fría como el hielo, me cubre con su manto dejando mi alma a oscuras.

Luz que muere en mi ceguera, que despavorida huye de mi alma entre tinieblas, que de negro pinta la ventana a la que inútilmente me asomo por ver si algún día llegas. Lúgubre es la soledad en la que insomne peno las madrugadas… sin otra cosa que hacer que chocar contra el muro de tu indiferencia, sin avistar el faro que me guíe en mi turbulenta travesía, sin la lumbre de la sonrisa que en tu nunca visto rostro imagino.

Cierro los ojos en busca de un final… como si la oscuridad que me atormenta leer un nuevo destino en letras de neón me dejara, como si escribir versos al revés pusiera en tu boca las rimas que conquisten tu corazón, como si dejar de verte fuese a darme luz en tu mirada. Y el relato se muere entre mis dedos, oculto en una montaña de desgarradas letras, sin saber si algún día llenará tus ojos, sin ver la luz del día.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El grito





















He decidido ser invisible para que no me veas sufrir. Y me volveré ciego para no ver tu sonrisa. Así mis ojos ya no se encontrarán con los tuyos… en esas miradas que no necesitaban palabras, en esa serena contemplación en la que el silencio más solemne precedía al húmedo chasquido de nuestros labios comiéndose a besos, en ese diálogo de luz que sólo el amor alimentaba noche y día.

Cruje mi corazón bajo la hojarasca de recuerdos que el viento de otoño azota en anárquicos remolinos. Es el grito quejumbroso de arroyo turbio que canta la marea, es el hilillo de voz que se escapa de mi alma enamorada que ni siente ni padece, es el gemido solitario de mi amor después de tantas noches pasadas mirando a la luna.

En calma, todo en calma, el suave deslizar de unos dedos al piano rompe la afonía cruel de otra madrugada sin ti. Y las hermosas notas que titilan en la oscuridad no son sino dagas de melancolía que, una tras otra, se clavan en mi corazón, al compás de tiempos pasados, quizá mejores. Es entonces cuando se caen las estrellas del cielo, y con ellas mi alma. Y la vida acaba en un sueño.

Susurra la mañana con el frío aliento de su brutal despertar. Y la escarcha del amanecer deja leer en su manto versos de hielo, puntas de flechas que agujerean mi corazón dormido, verdades como puños con los que la realidad me golpea al alba, cada día, sin piedad. Y no hay respuesta, apenas un grito mudo de dolor, para que nunca lo escuches.

He tomado prestado el famoso cuadro del pintor noruego Edvard Munch. Sin duda, la joya del movimiento expresionista.