jueves, 29 de julio de 2010

Cosas que nunca te dije

Lo esperaba. Tarde o temprano sucedería. Estaba resignado a mi esquiva fortuna, a ver la alegría sólo en los ojos de los demás, a servirme de la tristeza únicamente para unir versos hasta el infinito. Y, cruel vibración presagiada, el teléfono asoló mi corazón como un seísmo. Un respingo, mi garganta hecha un nudo y mariposas en el estómago, negras como tu primicia.

“Me voy”. Apenas cinco letras para decir adiós, un adiós amargo y no por breve menos mortífero. Un SMS mínimo en caracteres, pero máximo en tu duro e inapelable carácter. Los dedos de mi alma rota quisieron responder con un hasta siempre....pero la herida me desangró, cortó mi respiración, heló mis lágrimas secas.

Ahora que ya no estás, ahora que ya no estoy, te diré cosas que nunca te dije. Te diré que quise hacer mías tus huellas en la arena, pero el viento borró el camino castigando mi atrevimiento. Y el rastro quedó inacabado entre las dunas, sin llegar al bosque de la vida. Y tus pasos se esfumaron como nuestro amor, y sólo quedaron los míos....sin saber si van o vuelven. Sin rumbo.


Te diré que corté tu flor para que sólo fuera mía, pero su olor a jazmín se agotó. Y sus pétalos se tiñeron del amarillento cáncer, y sus verdes hojas barrieron secas mis pies, y su esbelto tallo se tornó escuálido y yermo. Y el riego de mi inconsolable llanto no fue suficiente para hacer rebrotar el jardín.

Te diré que quise robar la luna para ti, pero el sol cegó mis ojos....y de mis días ya sólo viví las noches. Y en mi oscura vida las estrellas brillaron por su ausencia, y no desperté más al alba junto a tu deseo dormido, y no hubo más atardeceres de manos entrelazadas ni besos naranjas con el mar en calma.

Te diré que te amo porque nunca te lo dije, pero ya no estarás para escucharlo. Y de tus labios no saldrán esos tequieros que me acosaban, y mi cuerpo no se rendirá a tus sensuales caricias, y tus pechos no buscarán el calor del mío en las tardes de invierno.

Tirada entre la hojarasca, en un mar de sangre, has soñado con mi amor correspondido. Sólo unos agónicos segundos porque, como si tuvieras prisa, tu consciencia te ha llevado en su último viaje y has dejado plantada a la vida. “Me voy”. Y he visto tu palabra cumplida....en la página de sucesos.

viernes, 23 de julio de 2010

Espejo de ojos verdes

Ojos verdes, somnolientos, a uno y otro lado del espejo. A medio abrir, pestañas todavía selladas por el sueño, sin foco en la vida, sin vida a la que enfocar. Como todos los días, un manto de agua alivia su cara acartonada por el inmisericorde paso del tiempo, gotas de frescura para un nuevo día.

Se mira fijamente a los ojos, como no lo ha hecho nunca. Y llega más adentro, hasta el alma....y ve su vida pasar. No es momento de hacer balance final, pero parece. Una mueca de fastidio ante su alter ego y, sin decirle nada, le da la espalda.

Una mañana más dribla a su pasado y se enfrenta a la incipiente barba blanca que puebla su suave quijada. Cuchilla afilada y mejillas temerosas, desaparece la espuma como se han esfumado ya sus mejores años. Siente el filo cortante que recorre su piel, segando las canas traidoras, dejando al aire cicatrices del pasado, amores fallidos que como almas en pena todavía rondan su existencia. Recuerdos, sólo tristes recuerdos.

Otros verdes ojos, el mismo espejo. Dos faros de esmeralda guían ahora su vida…reflejos en el cristal de la verdad. Luces de esperanza que le cautivaron, mirada que siempre se deja mirar abriendo sus ventanas de par en par. Flecha lejana que encontró en su cuerpecito la diana, bala perdida que cada día impacta amable en su corazón.


Las pequeñas manos se asoman por detrás y se posan en su macizo torso desnudo, los labios rojos se comen a besos su cuello....testigo es el espejo, el mismo espejo. Amor imaginado por fin hecho hombre, primavera de jazmines que llega tras un eterno invierno, abrazo ansiado hasta el desmayo. Blancos pechos acunados en sus firmes dedos, latidos que rompen el silencio, jadeos que susurran caricias deseadas, estrellas fugaces que viajan entre las nubes del placer, volcán en erupción que alumbra otro destino para sus vidas.

Y las mejillas derraman sonrientes las lágrimas de la acabada espera. Y las sonrisas se funden en un cándido beso. Mujer que ama hasta perder el conocimiento, hombre que resurge del abismo, luna llena que ilumina orgullosa todas sus estrellas, sol radiante que emerge por encima de las nubes.

Ojos verdes clavados en verdes ojos, espejo de almas que gritan felicidad a los cuatro vientos, vidriera de arco iris que olvida tempestades y anuncia tiempos mejores. Amor tatuado al cristal de sus amaneceres....para siempre.

viernes, 16 de julio de 2010

Mis viajes a la luna

Preparé el equipaje. Cuidadosamente. El ritual de siempre. Nada debía quedar al azar. En el espejo comprobé mi rostro limpio, lleno de tu luz, la mirada adormecida, el alma despierta. El agua del grifo me refrescó y, gotas resbalando por mis mejillas, suspiré por salir cuanto antes a la noche para recibir la bofetada de la brisa helada, para rasgar mi piel con tus puñales de plata, para sentir la cruel distancia que nos separa.

En la maleta, como siempre, tu retrato marchito, el eterno frasquito de lágrimas para el olvido y mi corazón herido de amor. Y nada más….y nada menos. Pasaporte en regla, sellado mil y una veces por las estrellas, rasgué mi camisa blanca y, a pecho descubierto, emprendí el viaje a nuestra bendita locura.

Antes de ascender los primeros peldaños de las nubes, me di la vuelta para mirar al crepúsculo. Desafiantes, mis ojos se clavaron en sus últimos estertores con desazón, con rabia, con angustia….y con la inútil esperanza de esos lunáticos que creen ver más allá de la terca realidad. Aguanté como pude el combate visual, enrojecidas mis pupilas por la ira del astro sin trono, en llamas mis quimeras por las flechas ardientes de sus celos, cegado mi camino por su mano de mil rayos.


Cerré los ojos y respiré hondo….como si fuese la última vez. En silencio. Silencio sólo quebrado por mis acelerados latidos, por mi deseo a flor de piel, por los suspiros de una vida que vive en la penumbra. Acunándome en tus fantasías estaba cuando una luz negra lo llenó todo y perdí la consciencia. Ya no era yo. O sí. Ya era mi verdadero yo, un alma errante que encuentra su razón de ser en los caminos de los sueños, un cuerpo que a la luz del día muere y se consume a cada segundo que pasa.

Acostumbrada mi ceguera a la negritud, fui recobrando poco a poco la vista en cada estrella encendida, en cada baliza lumínica que me conducía irremediablemente hacia tu amor. Entonces, vi la luz y me detuve un momento, extasiado, recreándome en tu plena y redonda albura. Tan cerca ahora, tan lejos siempre.

Excitado como nunca, me despojé por completo de los ropajes del fracaso y me dejé caer en los brazos de tu diurna noche. Cálida luz de plata sobre mi vulnerable desnudez, placer de caricias metálicas en cada poro de mi piel, besos incandescentes que queman mis labios, dulce de leche que tu insaciable lengua derrama y absorbe en cada centímetro de deseo. Explosión de amor que dispara los sentidos, que hace saltar fuegos artificiales de tu boca a la mía, que cada noche es un eclipse entre tú y yo.

Muerto de éxtasis, quedé inerte en tu lecho de cuerpos celestes mientras, mi amada, lo alumbrabas todo con tu sonrisa y colgabas en mi pechera una estrella fugaz, tan fugaz como nuestros oníricos encuentros. Recobrado el pulso, la alborada posó sus leves alas sobre mis párpados invitándome a emprender el retorno. Una vez más, abrir los ojos al nuevo día fue llorar tu ausencia, gritar otro amanecer sin tus besos plateados, despertar del sueño imposible.

Hoja de ruta en blanco, regresé a la realidad que me atormenta, a nuestra separación medida en miles de kilómetros infinitos. Y maldije al sol de julio por su largo reinado deseando la llegada de su ocaso para, una noche más, transportarme en la oscuridad de mis sueños hacia ti, mi luna.

domingo, 4 de julio de 2010

Fiesta en un pañuelo


El amanecer te sorprende solo, olvidado, anudado en un banco. Todos te miran al pasar, y nadie se acerca. Arrugado, sucio y trasnochado, sé que tienes mil historias que contar. Recojo tus palabras.

Días atrás, almidonado como nunca, el sol del mediodía te ve agitarte en una nube de pólvora y alegría. Y de una mano te haces rosca en el cuello, y de otra mano te cuelgas de la pechera como una medalla, orgulloso, símbolo de la Pamplona en éxtasis. Empapado de todo, vives la fiesta muy cerquita del corazón.

Por las noches, destiñes caricias del rojo que todo lo inunda. Bajito, muy bajito, oyes palabras de amor entre desconocidos. Y tapado sólo con el manto de las estrellas, te derrites entre dos cuerpos ávidos de deseo, sin dejar nada para mañana. Al alba, el miedo cosido en el cuerpo, entonas gargantas que cantan al santo. Y cuando el pavor corre desbocado por el empedrado, cierras los ojos y, a veces, sientes la muerte a tus espaldas.

Otrora icono de la fiesta, vives las horas más bajas maldiciendo tu soledad, enfilando sin remedio el ‘pobre de mí’. En mi bolsillo, lloras la despedida, pero ya falta menos. San Fermín.

La imagen es del fotógrafo Oskar Montero.