lunes, 8 de agosto de 2011

Palabras sin sentido






















No entiendo mis propias palabras. Parece como si quisieran ocultarme algo. Hablan de amor y de pasión, de noches a la luz de la luna inventando rimas para ganarme tus besos, de fríos amaneceres que hielan mis esperanzas de encontrarte, de profundos sentimientos que el paso del tiempo ha borrado.

Sufro leyendo mis versos escritos en el olvido. Mis ojos llenos de dudas, se echa la oscuridad sobre las palabras… palabras que sobre el papel trazaron el vuelo de las flechas que partieron de mi corazón, palabras sin sentido que hoy carecen de significado en otros labios a los que viajan mis nuevos besos.

Vuelvo a las amarillentas cuartillas en un cajón encerradas y aquella prosa entre lágrimas destilada es ahora una copla hueca, un inhóspito paraje en el que los amores pasados van a dar con sus huesos rotos, un limbo fantasmal en el que purgan su inocencia miles de antiguos ‘tequieros’.

No me reconozco en el viejo espejo de mis relatos… como el asesino que regresa al lugar del crimen observando incrédulo sus manos todavía ensangrentadas, como el agorero reniega de sus malditos presagios que de dolor impregnaron el destino, como la tormenta que mira para otro lado después de arrasarlo todo.

jueves, 4 de agosto de 2011

Unos besos robados

No, no pude aguantar más. Cada día que tus ojos se clavaban en mi rostro se abría en mi corazón una hermosa herida, de la que la sangre manaba como mi amor desbordado, en la que sufrir tu ausencia era el dolor más inhumano y una palabra tuya bastaba para escribir versos a mares.

Nunca, nunca soñé con tu cuerpo enhebrado al mío en la inmensa soledad de la noche. Ni imaginé un amanecer teñido por el rojo de tus cabellos ni anhelé convertir en realidad una quimera que por dentro me quemaba. Fruta prohibida, mis ojos verdes en tus verdes ojos veían pasar la vida, a bordo del tren que nunca se detiene, sin nada que esperar en la estación del fracaso, arrojando las rimas más tristes al vacío del papel en blanco.



Nadie, nadie nos miraba aquella cálida madrugada de julio cuando, en medio del tumulto, nuestras manos se encontraron. No me preguntes por qué ni cómo, prendida quedó mi mirada en la tuya y mis labios hicieron el resto. Empujados por la brutal fuerza del deseo, arrancaron salvajes de tu boca el beso más ansiado y, casi sin aire, desde la profundidad del aliento que hicimos uno, tus labios apretaron los míos con desesperación, como si quisieran recuperar ese primer ósculo expoliado. Así amanecimos a un día desconocido, a las primeras horas del alba de nuestros cuerpos pegados, emprendiendo un viaje sin retorno hacia una pasión tan desbordante como inexplorada, muriendo de amor cada día.

Nada, nada queda ahora. Cruel paradoja, la propia vida lo ha destrozado todo a su paso, dejando tras de sí un paraje desolador entre tú y yo, reduciendo a escombros los puentes por los que paseaban entre las nubes de nuestros sueños dos corazones, el tuyo y el mío. Ya no queda nada. Apenas unos recuerdos inconexos… el último abrazo, mis labios sorbiendo tus lágrimas, tu dulce sonrisa escampando bajo la miel de tus ojos, unos besos robados.