domingo, 28 de marzo de 2010

Sueños imposibles: amor de verano



Ventana abierta de par en par, cortinas que se agitan como una blanca bandera en retirada, brisa que refresca su cuerpo desnudo en una noche de verano. Ella cierra los ojos para sentir mejor sus caricias, la cercanía de su piel, la fresca humedad de su boca. Y se deja llevar ...

Rizos negros entre sus dedos, devora hambriento sus labios carnosos y explora infatigable su irregular orografía. Las montañas de miel tiemblan una y otra vez bajo el hacer nervioso de sus manos. Y su lengua de fuego lo invade todo en ese camino de locura que conduce al valle del éxtasis. Y se deja llevar ...

La luna llena asoma tímida en la noche estrellada, vacilante, de refilón, con el sonrojo de quien no está invitada a la fiesta. Colores de neón iluminan sus curvas ahora verdes, luego azules. Y una vez más, ella se sumerge en el mar de sus brazos y naufraga sin remedio en la tormenta de pasión. La respiración se corta y se acelera en el cuerpo a cuerpo. Y se deja llevar ...

Cuando los primeros rayos del amanecer penetran en la habitación, buscan a tientas sus manos el rastro de su amor. Con la frialdad del lecho como única respuesta, sus ojos se entreabren y no ven nada. Ella no está, nunca ha estado. Y se deja llevar ...

Despierta sudorosa, todavía jadeante al rememorar cada segundo de excitación. Estira sus brazos para rodearlo, pero sólo el vacío sale a su encuentro. Y su desnudez llora bajo las sábanas, otro día más. Y se deja llevar ...

miércoles, 24 de marzo de 2010

Sonrisa de arco iris



Las lágrimas descienden por tus mejillas a borbotones. Y, a la par, otras inundan mi corazón roto y encogido. Se abre un claro en la tormenta, un rayo de luz que alumbra una nueva vida, pero ¿qué vida? No lo sé, más vida. Así, sin más, más vida.

Llueven tus ojos, sí, pero también he visto tu sonrisa de arco iris. Lágrimas de alegría que pintan futuro. Presente y, además, ahora futuro. Lágrimas de alegría que destiñen los colores en tu rostro. Rojo de sangre, rojo del canal abierto en tu cuerpo, rojo de tu corazón sin puertas. Te sientes azul, como cuando el cielo despejado se refleja en el espejo del mar de tus ojos. Y los vientos verdes de esperanza soplan para ordenar tus cabellos amarillos, mientras naranjas, violetas y más azules tejen el manto cromático que te protege.

Llega de nuevo la primavera cuando el otoño se cernía sobre tu existencia. Vuelves aunque no te habías marchado nunca. Y del camino de regreso sólo quedan las cicatrices, tatuajes grabados a fuego por tus ganas de seguir viviendo. La niebla ha levantado y el sol se apresta a secar tu llanto de gotas de rabia contenida, de tristeza infinita, de profunda desazón.

Noches de insomnio, cruel incertidumbre, amaneceres de ojos enrojecidos, dolor sufrido siempre en silencio, a hurtadillas, sin molestar a nadie. Días interminables de hospital que ya se acaban, pesadilla que se esfuma, broma macabra que desaparece, muerte que una vez más se ha rendido.

domingo, 14 de marzo de 2010

Sueños imposibles: lo poco que somos




El olor es penetrante, hedor más bien porque el efluvio de medicinas que envuelve el ambiente se mezcla con las más indignas pestilencias de la fisiología humana. Miserias que hacen olvidar días mejores, sueños de grandeza, altos vuelos.

Lo poco que somos postrado en una cama de hospital, impotencia, el enfermo cuerpo a merced de todo y de todos, movido como un guiñapo según convenga. Carnes abiertas de par en par bajo la afilada mirada de un bisturí que maneja uno que hoy juega a ser Dios. Otro igual con sus miserias, y nuestra vida en sus manos, al capricho de que tenga un buen día o tome la decisión más acertada.

Cuerpos mutilados para seguir latiendo, pechos abiertos en los que no cabe el corazón, lo poco que somos y el alma que cae a los pies. Figuras semidesnudas que se adivinan bajo raídos camisones azules, todos iguales, batallón de desvalidos, y donde años atrás hubo belleza, ahora se muestran cuerpos inútiles y amorfos, cicatrices del paso del tiempo, la vejez que todo lo arruga.

Ricos y pobres, jefes y empleados, nobles y plebeyos ... todos bajo el mismo escáner que revela el cáncer, todos igual de miserables, todos igual de desgraciados. El dolor no entiende de alta alcurnia ni de galones ni de dinero cuando la muerte nos lo envía en avanzadilla. Es un mandado que cumple muy bien con su trabajo porque nos hace apretar los puños y rechinar los dientes. Y saltarse el final del guión que nos han escrito es un sueño imposible.

lunes, 8 de marzo de 2010

Sueños imposibles: los que no son


Despierta bajo el sol abrasador, meciéndose en la cuna de la muerte, los labios rotos por el salitre, entre un mar de brazos, piernas y cuerpos torcidos, algunos de ellos exangües. Inerme, mira al destino a los ojos, sin nada que perder, sólo la vida, una vida de la que nunca fue dueño.

Manos ajadas al calor de la hoguera, tajo hasta el primer hielo de la noche, bajo una bombilla desnuda, por unos putos euros más, por una fortuna en su negra tierra africana. Papeles que nunca llegaron. En un sobre amarillo cobrado el dinero, muchas veces menos de lo prometido, nada que decir.

El gemido de los moribundos azuza los remos y los marineros, tan ocasionales como escuálidos, otean con desesperación un horizonte que no se deja ver. Por fin, la tierra soñada dibuja su perfil, cadáveres por la borda, la vida empieza hoy.

Sobran los brazos y falta el trabajo, papeles que nunca llegaron, apretones de manos falsos como las sonrisas encorbatadas. Nada que hacer. Regreso a la aldea que le dio la vida. La muerte empieza hoy. Los que no son.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Tristeza escrita


Decía Pablo Neruda, el gran poeta chileno que cantó al amor y a la tierra, que podía escribir los versos más tristes esta noche. Escritas hoy, su patria rota por las entrañas, las rimas de Neruda habrían sido un incontenible grito de dolor, una denuncia contra la madre que parió a la naturaleza, una crónica de crueldad infinita.

Al otro lado del charco, los versos pueden ser tristes sin aparente motivo, sin penas, sin lágrimas ...


Gotas de lluvia contra mi ventana,
leve repiqueteo en sinfonía
de tristes notas y melancolía
que se hacen dueñas del pentagrama.

Recuerdos que retornan con desgana,
momentos de ya olvidada alegría,
tiempos mejores en los que quería
disfrutar sin esperar al mañana.

Mil imágenes pasan por mi mente,
películas antiguas sin acabar,
trazos difuminados en la lente,

nostalgia de aquel camino que al andar
enfilaba rumbo a un horizonte
de sueños que nunca conseguí alcanzar.


... basta con extraer de la memoria una juventud marchitada y aplicarse al ejercicio literario de embutirla en versos endecasílabos. Y tirar de rimas asonantes, más fáciles para los recién iniciados, para completar los catorce versos de un soneto triste. Tristeza escrita ... sin aparente motivo, sin penas, sin lágrimas.

lunes, 1 de marzo de 2010

Muerte en el ascensor


Ahí estabas tú, recostada sobre la pared acristalada del ascensor, iniciando, tal vez, un viaje hacia el infinito. Eran las 5 de la madrugada de otro día de invierno, y ya eran muchos seguidos. Sin embargo, el frío me dolía más en el corazón. Hacía apenas una hora que me habían avisado, acudí en cuanto pude ... pero ya era tarde. No llegué para ver tus vivarachos ojos negros, tampoco para llenarme con tu sonrisa inocente, la de una niña pillada en una travesura eterna.

Te sujeté con fuerza nada más empezar nuestro descenso desde el séptimo piso. No sé por qué, era inútil prever que te fuese a ocurrir algo peor, pero mi mano se agarró al sudario blanco que te envolvía. Al otro lado de la camilla puesta en pie, te flanqueba un hombrón acostumbrado a tratar a diario con la muerte. Nadie hablaba ... para qué. Y el silencio de la noche y de tu primer amanecer sin vida bajaban con nosotros hacia la calle, hacia el furgón negro que te aguardaba en doble fila.

En aquellos segundos interminables, te vi de nuevo alegre y vital como eras, probé contigo esas pastas anisadas que amasabas con tus dedos torcidos, nos reimos juntos de tus ocurrencias y de tus expresiones ... vocabulario de un pueblo que vivió con pan negro y tocino después de una guerra sin sentido. Te imaginé bajando al río con los brazos en jarras, el canasto de la colada en la cabeza y tu verbo inextinguible.

Enfilamos las últimas escaleras y al franquear el portal sentí el golpe del invierno en mis mejillas. El camión de la basura se había detenido respetuoso, con su faro giratorio alumbrando de naranja la crueldad del momento. Jamás te gustó ser protagonista, te fuiste en la soledad de la noche, yo mismo te metí en el coche fúnebre. Y mientras te perdías en el horizonte para no volver lloré sin lágrimas.

Ana Macaya, In Memoriam, luchadora de la vida y abuela.
Imagen tomada de Rafael Fernández Jaén.