martes, 23 de febrero de 2010

Se fue el tren


Cerré mis ojos. No podía ser verdad, era todo una pesadilla, un viaje a ninguna parte. Las ilusiones desperdigadas en la maleta, el sudor a flor de piel tras una carrera hacia el vacío, la mano sujetando el sombrero para evitar su huida, el largo gabán suelto y a punto de perder un botón descolorido ...

Me llevé la mano al rostro. Todavía estabas ahí, un rastro de perfume delataba tu presencia, más real dentro mi alma rota. Te dejé atrás, mis labios posándose levemente sobre los tuyos, sin tocarse casi, sin decirse nada. Y con el dolor como equipaje salí a buscar un yoquesé, partí hacia la nada ...

Las luces apagadas y el silencio dueño y señor de la vieja estación. Sin rastro de la algarabía del ir y venir de viajeros, sin noticias del traqueteo de las maletas arrastrándose hacia una nueva oportunidad, sin el cálido ruido de abrazos de bienvenida, sin el llanto desconsolado de los que ya no se van a ver más ...

Ahí me he quedado, de pie, inmóvil, mirando al andén, con el corazón frío como la noche. Abro los ojos para no ver nada, mi reloj se ha parado, se fue el tren, nadie me despide y nadie me espera, solo, viejo ...

jueves, 18 de febrero de 2010

El secreto




La mirada perdida en el ir y venir de las olas. De repente, se gira hacia la playa en busca de lo que más quiere. No viene. Gorro y guantes rojos, delgadez al abrigo de un chubasquero azul, vaqueros cortados por unas botas altas, ojos al suelo y sonrisa nerviosa. Sí, es ella otra vez. Debió ser hermosa en su juventud, es hermosa ahora también.

Le saludo, como todos los jueves, mientras los primeros rayos de sol alumbran el día. Ella sólo asiente con un ligero movimiento de cabeza. No me espera a mí. Unos metros más tarde, me vuelvo para observarla. Garabatea con la punta de su bota algo en la arena y, entre trazo y trazo, levanta los ojos hacia el malecón. No viene todavía. Con una mano enreda y desenreda los rizos plateados que asoman al amanecer.

Juego a imaginar cómo es su vida. Quizá acaba de dar un beso a su marido que marcha al trabajo, o ha dejado a sus hijos ya mayores con el desayuno en la mesa mientras decía que se iba a comprar el pan o, por qué no, no había nadie en casa a quien ocultar su secreto. Sea como fuere, allí está en la playa, un día más, esperando a su amor. Ahora llega.

Se le iluminan los ojos, tiembla su cuerpecillo con ilusión adolescente, ya le ha visto a lo lejos. Barba blanca radiante, tez morena, paso eléctrico y manos huesudas y arrugadas que se posan en las de ella a la par que recorre su mejilla con un beso. Y mirada hacia la playa, por si alguien les ha visto. Amor furtivo. Cada mañana. Un beso y un paseo. Y otro beso. Las manos son una mientras el viento se lleva las palabras. Un día y otro. Amor a destiempo, tardío ... amor verdadero. En secreto.

sábado, 13 de febrero de 2010

Gimnasia literaria

Sin miedo a las molestias del día después, tras mucho tiempo sin aplicarme al ejercicio, me enfrento de nuevo al teclado de tartán reluciente, a los pesados diccionarios que tonifican los músculos de mi discurso, a los estiramientos que flexibilizan las neuronas en su afán de que las frases lleguen un poco más lejos, a la colchoneta de papel en la que caen algunos versos olvidados ... al sudor de gotas de literatura que habitaban en mi interior.

Sin duda, todo es cuestión de practicar, de calzarse el lápiz a diario, de hacer frente con tesón juvenil a la pantalla en blanco. Porque las letras no se ponen en un orden porque sí, porque ellas mismas sepan cuál es su lugar y con quiénes deben juntarse para tener un significado u otro. Cierto es que a veces son caprichosas, sí. Y que en ocasiones, quién sabe por qué, provocan un desliz que, si bien nunca es dramático, te deja con el culo al aire. Y entonces uno recurre a la famosa fe de errores, a los duendes de la informática y al donde dije digo, digo diego para explicar un nosequé que a nadie le importa.

A las letras hay que enseñarles el recorrido y, aunque ya se han acostumbrado a las mismas compañeras para viajar en algunas palabras, es mejor no dejarlas a su libre albedrío. Se pierden en desvaríos sin sentido y no llegan a ninguna parte. Un texto a medias no dice nada, quiere decir pero no dice nada. Y la disciplina es vital para llegar a la meta del punto final porque antes hay que salvar muchos obstáculos como la falta de inspiración, el vértigo de la hoja desierta y todo tipo de dolores literarios propios de una evidente baja forma.

Como si fuera uno más de esos atletas ocasionales que corren por las cartas al director de los periódicos, he hecho el propósito de ir al gimnasio de las letras. Ya puedes ver que he empezado, pero las dichosas agujetas no me dejan acudir cada día. Podría quemarme si no dosifico mis esfuerzos. Es cuestión de tiempo ... y de mucha gimnasia.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Atrapado



Mis pies han comenzado a andar, uno al lado del otro, sin rumbo, sin destino, sólo mirándote de soslayo. Perpendiculares, caminan distraídos, como si la feria no fuese con ellos, como si elevándose de puntillas pasaran inadvertidos y en silencio. No hay nada que fingir, la tentación es demasiado fuerte y mis pies, en rebedía, solo obedecen a mi corazón atrapado.

Trazo mis huellas en la arena, una al lado de la otra, y me detengo, inmóvil, los ojos abiertos cual lunas llenas para captarte del todo, para no perderme ni un mínimo detalle ... aunque nunca pase nada. Enlazo mis rastros, uno detrás de otro, y vuelvo sobre mis pasos y me topo con mis huellas. ¿Voy o vengo?

Sigo ensimismado tus movimientos, tu poderosa belleza que se desparrama cada vez que te posas sobre la arena y luego regresas jugando al gato y al ratón, huyendo, dejándote querer, una y otra vez. Y contigo va mi mirada, absorto en tus vaivenes, en tus curvas infinitas, en los rizos de espuma que coronan tu desaire.

Y no puedo más que seguir contemplándote hasta con los ojos cerrados, deleitándome con la bravura de tus gemidos en la noche, acunándome en tu nana, nanita, que suena a canción repetida, a éxito del verano, siempre a ti. Mañana volveré y estarás ahí, de noche y de día, y yo también. Atrapado.