martes, 27 de abril de 2010

Muerte de un tweet



Las primeras palabras entraron en la jaula vacía. Se ponía en marcha el viaje virtual de un mensaje real. Algo que contar cobraba cuerpo y, casi al mismo tiempo, el eco de Twitter afinaba su garganta para lanzarlo a los mil vientos. Humilde y apocado, un tweet recibía los últimos golpes de tecla para salir a comerse el mundo. Y soñaba con el momento del lanzamiento como aquel hombre bala de los circos rurales, como el saltador que desafía la caída libre para clavarse en el mar, como el paracaidista que vive entre nubes.

Apenas le faltaban unos caracteres para cerrar el ritual. Mucho que decir y tan pocas palabras. Lenguaje acribillado con ráfagas de abreviaturas, hachazos de haches fuera de lugar, spanglish que nunca habrían pactado Cervantes y Shakespeare ... y la magia de los recortadores de URLs. Cualquier apaño con tal de no infringir el límite de 140 en la autopista de los gorjeos. Sin olvidar el último toque, dos puntos y cierre de paréntesis :) para caer simpático a los millones de lectores que estaban ahí fuera.

Un estridente trino anunció el despegue. Letras en las alforjas, el tweet emprendió el vuelo, paloma mensajera, consciente de que su emisor esperaba de él un buen trabajo y de que no aceptaría una callada por respuesta. Surcó miles de tejados y navegó en infinidad de cielos, un día aguantando el chaparrón, otro día bajo un sol de justicia, hasta que su voz se apagó. Para siempre. Víctima de una brutal tormenta con descarga informática. Grave como era la sítuación, ni siquiera un socorrido reinicio pudo recobrarle ni tampoco esa última opción a vida o muerte del reseteado.

miércoles, 14 de abril de 2010

Rojo sobre negro



Buscó las estrellas con la mirada, desafiante, caído, en un hilillo su último aliento. El hielo se había apoderado de la noche, también de su corazón, cuando un cruce de aceros había dejado en el aire su existencia. Sobre su cabeza, en el techo estrellado, buscó impotente una respuesta, un porqué, mientras sus entrañas ya eran pasto del fuego. Jamás hubiese imaginado que unos labios que se devoraban sin tregua se iban a sellar para siempre. Caricias para las que faltaban manos, pechos apretados hasta cortar la respiración, amor hecho carne y explosión ... No entraba en sus planes, la muerte.

Rojo sobre negro, la sangre manaba a borbotones de una herida convertida en río. Oscura noche aterida, helador cuchillo que rompe y rasga sin piedad, la piel quema y escuece hasta el dolor más extremo. Todo en un segundo.

La luna parecía huir de sus ojos, menguante como su vida, mientras pequeñas estrellas fugaces cegaban sus postreras visiones. Hervía su sangre, ardían las visceras, la hiel era espuma en su boca, los pasos de la muerte doblaban la esquina. La madrugada se desangraba en un callejón sin salida y los huesos, astillados por el vil metal, de bruces yacían sobre el sucio empedrado, la cuenta atrás avanzaba sin remisión.

A su lado, su alma querida. En agonía también, abierta de norte a sur por la navaja cómplice, víctimas de un amor imposible y prohibido. Ya está aquí, es la muerte. Pasa sin llamar, alertada tal vez por el SMS de los últimos suspiros. Y sin decir adiós, se va, exangües los cuerpos en el suelo, pintada una sonrisa malvada en su calavera. Estrellas apagadas.

lunes, 12 de abril de 2010

Palabras, más que palabras




Aparecen a media luz. Nadie las espera. Son cientos, quizá miles. Y lo llenan todo como si aquel terreno hace poco yermo se tornara de repente en un crecido mar de cereal. Y lo que antes era un terrible salto al vacío, ahora es una zambullida en un rico fondo de coral. Y lo que apenas fue un sueño difuso en la vaguedad de la noche, ahora cobra vida propia y es relato para todo el mundo.

Nadie las ha visto. Llegan en oleadas, a veces entrecortadas, muchas veces sin un rumbo fijo. Vagabundas, cada una de ellas cuenta una historia y tiene una historia que contar. Alegres un día o tristes al siguiente, no han podido elegir ese papel que interpretan a la perfección, siempre al pie de la letra. Sin comerlo ni beberlo, elegidas para un desconocido destino, llenan viejos cuadernos y libretas delgadas. Y con la verdad por delante, conviven con borrones, garabatos y tachones, seres todos ellos temibles y que habitan en el reino de las dudas.

De repente, saltan del teclado a la pantalla como por arte de magia, cubriendo una ruta a todas luces invisible, dejándose a veces cosas en el tintero. Y antes de que se las lleve el viento imprimen carácter al folio en blanco y son pasto de ávidos lectores capaces de pasar muchas horas delante de ellas, admirándolas, comprendiéndolas seguramente como nadie lo había hecho antes.

Una vez leídas, es el momento de pasar página y buscarse la vida en otra aventura, en otro libro, en otro país ... Y, otra vez, engatusar con su verbo fácil, al calor de la hoguera, a otros ojos miopes. Y dejar volar la imaginación en compañías low-cost que llevan a lugares recónditos, de ensueño, inexistentes en la mayoría de las ocasiones. Palabras, más que palabras.

Sonidos de primavera



Trinos.- Cantan los pájaros en señal inequívoca de la mudanza estacional. Despojado de su manto invernal, el corazón late fogoso tratando de salir de esa jaula virtual construida entre pinos y nogales portentosos, plataneros y bambúes exóticos y firmes robles. Al tiempo, los nevados almendros muestran su flor temprana emitiendo cegadores destellos a la luz de los primeros soles de marzo. Donde antes campó a sus anchas la fría blancura de la nieve y el hielo, emerge ahora una verde pradera salvaje. Por fin, viene cambio. El parque, recuperado no hace mucho para el pueblo, se abre de par en par y sólo el crepúsculo tiene permiso para echarle el candado cuando la oscuridad comienza a posarse levemente.

Borboteo.- Baja el río Arga orgulloso en su caudal, henchido del zumo de las nieves de las montañas, y toma los meandros con fiereza como queriendo ganar el terreno perdido por la mano del hombre. Junto al puente viejo, en la orilla en la que antaño las lavanderas frotaban la ropa con las manos ateridas, las piedras aguardan pacientes ese txipi-txapa que no llega. Las aguas ya no son espejo de nadie ni tampoco se dejan abrazar por esos bañistas que acudían a refrescarse. Ni siquiera las cañas penetran anzueladas en busca de una madrilla despistada. Entonces, enfadado por su ostracismo, el río se crece para llamar la atención y, a veces, se sale tanto de madre que inunda las piscinas que le han robado su otrora protagonismo. Y los patos aprovechan la circunstancia para hacer de su capa un sayo y navegan agua arriba en dirección a la iglesia, como si todo fuese su alberca. Hecha la trastada, el río vuelve a su cauce cabizbajo y, gimiendo como un niño, se deja acicalar hasta recobrar su sitio en la fotografía del paisaje.

Voces.- Asomada la nariz por encima del muro prohibido, rodillas ensangrentadas, buscábamos con desesperación el mismo balón de equivocada trayectoria que ansiaban destrozar las fauces del perro guardián, nunca visto pero enorme ante los ojos de nuestra imaginación. Son sólo recuerdos en voz alta, conversaciones de banco que reviven a la sombra de un árbol mientras, enfrente, los primeros amores retozan entre susurros a la oreja y besos furtivos. Las tardes alargan y pronto se vestirán con la incesante algarabía de los niños hasta que el verano caiga a plomo. Pero esa es otra historia, la que el rigor estival, en su terrible soledad, relatará en mil y una lenguas. Tiempos de torre de babel, de crisol de culturas y de mestizaje. Tiempos en los que el euskera ha vuelto, pero esta vez para quedarse entre nosotros, para crecer en las bocas de los más pequeños.



Campanas.- Tañen al viento y siguen dando la hora ajenas a la era digital en la que vivimos. Su alegre repicar llora cuando tocan a muerto, aunque en esta Burlada cada vez más poblada nadie sea capaz de adivinar por quién doblan. Y giran y suenan sin descanso en esas contadas veces en las que la iglesia sale a la calle, entre ramos y palmas, escoltada por niños de comunión. De blanco hunden sus pies descalzos en la hierba las novias iluminadas por los flases. Sin otra ley que la del amor, salvando arcaicos prejuicios, las parejas también se unen ahora con el cielo como único techo y son sus corazones los que bandean y bandean felicidad.

Notas.- Fluyen a sus anchas por un pentagrama de calles y plazas en el que, al compás que marcó Hilarión Eslava, son cientos los músicos capaces de dotar a los acordes de un digno futuro. La banda y las charangas, melodías para todos los gustos que llegan desde extramuros mientras sobre el cuidado césped no es extraño ver a una cuadrilla arracimada en torno a una guitarra. Preludio, sin duda, del día en el que los gigantes toman Uranga al son de los txistus y de la txalaparta. Sin olvidar, ya entrada la noche, cuando el pulmón del pueblo dormita acunado por los grillos, los rasgueos salvajes del rock que cada mayo es fiel a su cita. La primavera toca a su fin y se consume del todo en el incasdencente crepitar de las hogueras prendidas por San Juan.

De todos y de nadie, Burlada como es, como la revelan sus sonidos, como la viven quienes hoy la habitan, como la añoran los que hace tiempo partieron, como la sueñan los que le darán vida mañana. Nuestro pueblo.

Artículo escrito a las puertas de la primavera de 2008 e incluido en el libro 'Burlada. Latidos de un pueblo', colección de imágenes del fotógrafo local Oskar Montero.

miércoles, 7 de abril de 2010

Retrato robado


Atraviesa el espacio un haz de luz diminuto, brillante, fugaz. Sin tocarte, se posa en tu rostro. Por un instante, lo ilumina en todo su esplendor para después, pasado ese nanosegundo de gloria, dejarlo sumido entre los claroscuros de la vida.

He visto los ojos con los que me miras, dos negros destellos que titilan sin parar y que todo lo escrutan. He visto los ojos por los que me siento observado. Seguramente, imaginaciones mías. Y he apartado los míos con un mohín de rubor, me he hecho pequeño de repente, se me ha ido la vista abajo como si estuviese en el suelo esa respuesta a mi zozobra.

Apocado estaba frente a tu serena mirada cuando tus labios han esbozado una incipiente sonrisa, de comprensión, de compasión ... Y tus ojos se han hecho grandes y me han cegado de nuevo con la crueldad de quien se siente dueña de la situación. Has jugado a mirarme sin parpadear y yo lo he querido. Porque me ha gustado sentir de nuevo el vaivén de mi corazón, porque he sentido que me gusta ser presa del fuego del amor.

Armado de arrojo, he querido sostener tu mirada pero no estabas. Te has ido sin decir nada, como siempre. El espejo de tu rostro ha quedado vacío, como un marco sin fotografía, como un retrato robado.