Como todas las tardes, antes de ponerse el sol, pido dos cafés....el tuyo y el mío. Negro y amargo para mí, azucarado y nevado para vos, dulce como te extraño. Nariz pegada a la ventana de la vida, escudriño rostros que van y vienen, busco tu avatar de rojizos cabellos....pero me duele la mirada, perdida en el infinito, llorando su miopía, agonizando ciega sin tu sonrisa.

Otra gélida flecha de cafeína atraviesa mi garganta, recuerdos de hielo florecen en su camino, explota tu ausencia en mi corazón. Y cuando te vas, en mi boca queda tu dependencia, droga dura que me engancha, vivo amor que me mata. Y me dejas con tu miel en mis labios mordidos, ebrio de una eterna sed que nunca se calma, ávido del deseo de fuego que jamás se extingue.
Clavo los ojos en mi tacita, vacía; en la tuya, el amor se sobra, se desparrama tu añoranza y la tristeza lo inunda todo. Fría como el témpano, el asa se agarra a mis dedos y mi boca grita otro café, ahora el tuyo. Y pasa el trago, otro más....y mi alma, henchida de soledad, plañe en cada gota.
Se consume la tarde, caduca hoja de mi existencia que muere. Y en la noche de mi invierno reina la luna. Radiante, se acicala en el fondo de mi taza, espejo de su plateada porcelana en la que yo sólo te veo a ti. Y a tu alrededor, los restos del café son estrellas que arrojan luz en mis sueños.
Cafés, siempre dos. Cafés helados por la infinita espera....que me dejan tu poso, que bebo a pares y pido de dos en dos, el tuyo y el mío....por si un día llegas.