lunes, 12 de abril de 2010

Sonidos de primavera



Trinos.- Cantan los pájaros en señal inequívoca de la mudanza estacional. Despojado de su manto invernal, el corazón late fogoso tratando de salir de esa jaula virtual construida entre pinos y nogales portentosos, plataneros y bambúes exóticos y firmes robles. Al tiempo, los nevados almendros muestran su flor temprana emitiendo cegadores destellos a la luz de los primeros soles de marzo. Donde antes campó a sus anchas la fría blancura de la nieve y el hielo, emerge ahora una verde pradera salvaje. Por fin, viene cambio. El parque, recuperado no hace mucho para el pueblo, se abre de par en par y sólo el crepúsculo tiene permiso para echarle el candado cuando la oscuridad comienza a posarse levemente.

Borboteo.- Baja el río Arga orgulloso en su caudal, henchido del zumo de las nieves de las montañas, y toma los meandros con fiereza como queriendo ganar el terreno perdido por la mano del hombre. Junto al puente viejo, en la orilla en la que antaño las lavanderas frotaban la ropa con las manos ateridas, las piedras aguardan pacientes ese txipi-txapa que no llega. Las aguas ya no son espejo de nadie ni tampoco se dejan abrazar por esos bañistas que acudían a refrescarse. Ni siquiera las cañas penetran anzueladas en busca de una madrilla despistada. Entonces, enfadado por su ostracismo, el río se crece para llamar la atención y, a veces, se sale tanto de madre que inunda las piscinas que le han robado su otrora protagonismo. Y los patos aprovechan la circunstancia para hacer de su capa un sayo y navegan agua arriba en dirección a la iglesia, como si todo fuese su alberca. Hecha la trastada, el río vuelve a su cauce cabizbajo y, gimiendo como un niño, se deja acicalar hasta recobrar su sitio en la fotografía del paisaje.

Voces.- Asomada la nariz por encima del muro prohibido, rodillas ensangrentadas, buscábamos con desesperación el mismo balón de equivocada trayectoria que ansiaban destrozar las fauces del perro guardián, nunca visto pero enorme ante los ojos de nuestra imaginación. Son sólo recuerdos en voz alta, conversaciones de banco que reviven a la sombra de un árbol mientras, enfrente, los primeros amores retozan entre susurros a la oreja y besos furtivos. Las tardes alargan y pronto se vestirán con la incesante algarabía de los niños hasta que el verano caiga a plomo. Pero esa es otra historia, la que el rigor estival, en su terrible soledad, relatará en mil y una lenguas. Tiempos de torre de babel, de crisol de culturas y de mestizaje. Tiempos en los que el euskera ha vuelto, pero esta vez para quedarse entre nosotros, para crecer en las bocas de los más pequeños.



Campanas.- Tañen al viento y siguen dando la hora ajenas a la era digital en la que vivimos. Su alegre repicar llora cuando tocan a muerto, aunque en esta Burlada cada vez más poblada nadie sea capaz de adivinar por quién doblan. Y giran y suenan sin descanso en esas contadas veces en las que la iglesia sale a la calle, entre ramos y palmas, escoltada por niños de comunión. De blanco hunden sus pies descalzos en la hierba las novias iluminadas por los flases. Sin otra ley que la del amor, salvando arcaicos prejuicios, las parejas también se unen ahora con el cielo como único techo y son sus corazones los que bandean y bandean felicidad.

Notas.- Fluyen a sus anchas por un pentagrama de calles y plazas en el que, al compás que marcó Hilarión Eslava, son cientos los músicos capaces de dotar a los acordes de un digno futuro. La banda y las charangas, melodías para todos los gustos que llegan desde extramuros mientras sobre el cuidado césped no es extraño ver a una cuadrilla arracimada en torno a una guitarra. Preludio, sin duda, del día en el que los gigantes toman Uranga al son de los txistus y de la txalaparta. Sin olvidar, ya entrada la noche, cuando el pulmón del pueblo dormita acunado por los grillos, los rasgueos salvajes del rock que cada mayo es fiel a su cita. La primavera toca a su fin y se consume del todo en el incasdencente crepitar de las hogueras prendidas por San Juan.

De todos y de nadie, Burlada como es, como la revelan sus sonidos, como la viven quienes hoy la habitan, como la añoran los que hace tiempo partieron, como la sueñan los que le darán vida mañana. Nuestro pueblo.

Artículo escrito a las puertas de la primavera de 2008 e incluido en el libro 'Burlada. Latidos de un pueblo', colección de imágenes del fotógrafo local Oskar Montero.

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