Mis manos heladas dibujan
piruetas en el aire mientras imaginan excusas para aterrizar en las tuyas. Ingrávidas,
suspendidas entre nubes de dudas, recuerdan a ojos cerrados las caricias del
pasado… y, a mil el corazón que tanto te lloró, se lanzan sin red hacia el
nuevo rumbo que marca nuestro amor. Nido de mis caricias, piel sobre mi piel, mis
dedos de terciopelo corretean nerviosos por un terreno de pasión abonado,
sintiendo en cada contacto el calor del regreso al hogar, dulce hogar.
Se pierden mis ojos en el
arco iris de tu sonrisa, cielo atormentado que la ausencia pintó con el gris
paso del tiempo, mar de amor en el que otra vez se baña mi mirada. A solas con tus ojos, luz
de mi vida que sume a mi vista en la ceguera más absoluta, agradezco en mi
rostro el fuego de tus mejillas y ya, sin ningún rubor, de tu respiración
cercana robo el aire que necesito… y me muero, me muero de amor.
Ebrios de emoción, ansiosos
por la interminable espera, nuestros labios se comen la exigua distancia que
nos separa en un beso… leve roce que de un mordisco devora las noches nunca
vividas, llama naciente en la que se extingue para siempre el olvido, pira
explosiva que aviva salvaje el fuego del deseo.
Anhelado ósculo que hace
realidad los sueños de muchas madrugadas de hielo, fusión de nuestros labios en
la que se ha detenido el tiempo… porque este beso recuperado es el beso de
siempre, el que nos hizo esclavos en los albores del deseo, sabor de amor que
descubrimos al primer impulso y que nos ha esperado de por vida.
Un beso y otro beso, locura
desatada en la miel de tus labios, fusión demente de bocas sedientas, infinito abrazo
de lenguas que no hablan otro idioma que el de la pasión… millones de besos
perdidos que nos dejan perdidos de besos.